lunes, enero 14, 2008



Creo que muchas veces nos encontramos con un doble.

Una persona idéntica a mí que se esconde con mi rostro y que ha sido.

Ese tiempo paralelo en donde las riendas las tiene el otro/el doble.

En todo caso soy yo misma en todas las posibilidades pero quemando las manos en cada una; arrancando los pellejitos que no se deben arrancar porque arde y es molesto.

Mi doble dejó de ser hace seis meses.

A veces me saluda con la mano, me señala quién soy, quién fui, quién puedo volver a ser.

Y me aterra ver ese rostro: observar circunstancias de intranquilidad y angustia de mí para mí.

Como si yo misma le pusiera llave a mi encierro y gritara por salir cuando he sido yo la que echó el cerrojo y tiró la llave a la cloaca.

Procurar circunstancias de goce en donde salen las carencias; los límites a los que me puedo abrir.

Es un poco observar que me hago daño y me escondo de mi propia vigilancia.

A veces el bienestar está asomado en las peores acciones.

Pero si no hubiera esa reticencia de mi doble, creo que no sabría cómo actuar en el ahora, en el hoy. Por lo menos sé lo que ya no quiero. No importa ya nada. Sólo lo que ahora puedo ver, lo que me señala el rostro que fui y me dice a mí misma que ya no más, así no.

La repetición me parece tan de miedo, tan grito de horror, tan sálvese quién pueda que no estoy dispuesta a imitar circunstancias.

Hay hombres que en algún momento dejan de ser ellos y su circunstancia, dice Ortega, hay una hora en donde se anhela ser uno mismo y lo inesperado, uno mismo y el momento en que la puerta que antes y después da al zaguán se entorna lentamente para dejarnos ver el prado donde relincha un unicornio.

Estoy en un momento de plena deriva.

La circunstancia misma ha quedado en la palabra pronunciada, quiero decir, se ha ido con el aliento del café, se ha quedado en el rostro perdido, en la mano que saluda de lejos.

Ya no más señalamientos.

Lo único que me alivia es llegar a tiempo: no quemar la mano en la estufa.

Reordenar el espacio dos segundos antes de quebrar el pie en la misma hendidura.

La puerta que antes y después da al zaguán, en la otra orilla estoy yo misma esperándome innumerables veces.

Yo, y no la otra, pinto un par de alas por debajo de los omóplatos y se iluminan en amarillo y después rojo y azul.

Antes y después, ese prado en donde relincha el deseo de bienestar.

1 comentario:

Alex Ramírez dijo...

¿Cómo se le hace para sacar a ese otro yo que tienes tú, que tengo yo, él tendrá?