martes, enero 01, 2008


Año nuevo.

Sorpresa.

Hago caso a mis supersticiones.

Soy feliz cuando dan resultado.

Si pongo las manos en los bolsillos de la chamarra es para taparme del frío, sólo eso. Si me miro en el espejo y me corto el fleco será de buena suerte. Todo está en las pestañas, en el antifaz de noche, el vino del fin del mundo.

Anoche sin duda el mejor festejo de blues y Sweet home Chicago con una harmónica en do, enloquecedora, bella.

El año nuevo de hoy es como un encuentro con el destino insospechado.

De nuevo se abren las puertas a toda posibilidad. No hay tristeza. Perseverancia trae buena fortuna. En mi oráculo el agua se disuelve, el hielo se rompe, todo se encuentra.

Trompetilla, gorrito, silbato.

Mi mano se encuentra con otra mano. Sólo me importa estar ahí.

Todos los lugares se reducen a mi lugar, copa de vino, blues.

Los recuerdos son el presente, no pienso en lo que pudo ser. Sólo soy. Soy con una blusa roja y zapatillas viejas. Nuevas cucharitas para café en la bolsa.

Nuevas cucharitas que lleven a la boca sorbos de otra realidad.

Sueño. Despierto. Sueño.

Diferente que ayer, la vida se va juntando en las uñas de los dedos, se va desplegando poco a poco, se escribe en las fotos, en los rinconcitos desocupados, en los acordes de la música. No me doy cuenta pero he aprendido como un acto reflejo a sostenerme ante cualquier circunstancia. Y no estoy mal. Nunca lo he estado, sólo que a veces las palabras se acomodan como piquitos y van haciendo cosquillas o van picando la vida de una manera que no es la real. Nunca sé cuál es la real. Escribir las hace reales, al menos en su olor.

Y tengo sueño, tengo sueño de años.

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