Así que cuando he perdido la cabeza entre la secadora y el cielo nublado que hace una luz blanca, tan blanca que lastima los ojos, de pronto me entra el recuerdo del montessori y las coletas con gel, todo tan normal cuando estoy cepillando mi cabello y entre el reflejo del espejo y la secadora yendo atrás ahora adelante, me doy cuenta que ya estoy en otra parte que no tiene que ver con el ruido, que apenas ha sido un aire helado y el olor de alguien que cocina. Lo cierto es que de pronto tengo seis años y me duele que me jalen el cabello, me duele tener tanto cabello y quizá en ese momento no lo sé, pero tengo seis años y todo me parece tan ajeno, tan incomprensible estar peinada hacia atrás. De pronto soy esta de aquí, la que está secando el cabello o está delineando de café un ojo, también café, como una vieja rutina, como una tonada que se queda en la cabeza y se está repitiendo día con día, otra vez no importa que el mundo se meta por la ventana con los ladridos de un perro o las campanas de la Iglesia, porque yo que estoy adentro, arreglando una línea que va en el párpado, ya tampoco estoy en la línea ni en los sonidos, estoy sentada junto a mi mamá mientras con una cucharita se enchina pestaña por pestaña y yo espero con coletas y gel en el fleco. El recuerdo que irrumpió se ha ido, pero se ha llevado parte de lo que estoy observando, inútilmente, sé que estoy en todos los tiempos aunque me resista a creerlo. A veces estoy conversando conmigo misma sin saber realmente que es lo que me estoy ofreciendo, un momento que me hará feliz, allá afuera pasan los carritos y en alguno el contenido legítimo de mi felicidad, en donde el tic-tac ha dejado de sonar. Y todavía tengo tiempo para tomar té antes de salir.
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