Pasa en los momentos menos inesperados, a veces cuando la tensión entre él y yo ha quedado en silencio, sólo se necesita pegar la rodilla a la suya, subir la mano a la mesa para hacer un gesto de que todo estará bien, una caricia que roza la barbilla y se acomoda en el huequito que ha hecho la plática, estar con la mirada bien fija en lo importante, ya sin decir una palabra, como una cucharada de café a la boca, la espuma sin malvaviscos, hasta dejar caer el rostro sobre su mano y sentir que el tiempo se ha conciliado con ambos.
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